"La Venganza es Dulce" (Griselda Román F.)

Éste es un cuento creado por mí para una clase de la Universidad. Lo pensé basándome en Perrault.
- ¡Vamos, corre! – me gritaba incansablemente, mientras se reía.
- ¡Eso hago! – le respondía yo, enojado de que no se diera cuenta de que las fuerzas no me alcanzaban.
- ¡Yo sé que puedes! – me volvía a decir, riéndose de mí y de mi notable agotamiento…

…Y de verdad que yo no podía, de verdad que las fuerzas no me daban… sólo iba a tener fuerzas para una sola cosa que en ese momento se me pasa por la mente… pero no ahora, no en este momento

Siempre lo había admirado por su cuerpo atlético, por su fuerza descomunal, por su buen desenvolvimiento social, por su capacidad de caer en gracia con quienes conversaba. Muchas veces había deseado ser como él, y hasta el día de hoy, aún me cuestiono el por qué quería ser como él, siendo lo que hoy en día soy…

Es que él tenía mucha suerte con las mujeres, y cuando digo mujeres me refiero a todas las mujeres: las niñas lo querían porque era amable y juguetón. Las jóvenes, porque era guapo… ¡ja!, guapo… hasta un perro sarnoso era más guapo que él. Las madres lo deseaban como yerno perfecto, aunque existían algunas más osadas que lo miraban con ojos de jóvenes, aunque estuvieran casadas. Y las ancianas decían que tenía mucho futuro, porque era lindo, encantador, gentil, amable, esforzado, trabajador, respetuoso. Nadie podía cumplir con tantos requisitos, pero para todos él los cumplía.

Hasta los hombres lo querían. Le ofrecían trabajos de todo tipo, en la milicia, en el banco, como abogado, como médico… hasta le ofrecieron una buena dote y una linda mujer para casarse, y no quiso.

¿Qué pasaba por su cabeza? Nadie lo sabía.

Si a mí me hubiesen ofrecido todo lo que a él le ofrecieron, hubiese aceptado gusto, pero claro, quien me iba a ofrecer algo a mí, si él estaba primero para todos.

- ¿Por qué no aceptas lo que te ofrecen? – le pregunté molesto un día, después de que le ofrecieran el enésimo empleo como administrador de una librería.
- Porque no me interesa – respondió lacónicamente
- ¿Y qué es lo que te interesa? – arremetí
- No lo sé
- ¿Qué estás esperando?, ¿qué empleo desea que le ofrezcan al señor?
- Uno que no me han ofrecido
- ¿Y por qué no puedes ir tú a pedirlo? ¿Te crees tan importante como para que el empleo llegue a tu puerta?
- Sí

Ésa fue su respuesta… ¡ésa! En el pueblo había cientos de personas cesantes, personas que vivían de la caridad ajena, algunas morían por no tener alimento. Otras tantas abandonaban a sus hijos, porque no podían mantenerlos, y él quería que el empleo se lo ofrecieran en su casa, sentado, a pies levantados, cómodamente ubicado. ¿Cómo me pedían que no me indignara, que no me enojara con lo desubicado, desgraciado que él era?

Él, el que se decía tan conciente de las necesidades humanas. Él, que tenía complejo de filántropo, él que amaba a la Humanidad y al desvalido.

Mi paciencia estaba llegando a un límite, él deseaba superarlo, y estaba haciendo de todo para así hacerlo, estaba haciendo muchos méritos.

- Y ¿se puede saber cuál es el empleo que el caballero desea que le ofrezcan? – luego de un momento respondió…
- El de párroco
- ¿Párroco? – pregunté estupefacto, luego de unos segundos.

¡Él quería ser párroco!... quería dedicarse a dictar sermones en una parroquia, quería ser un ejemplo a seguir, que lo imitaran. Él, el ser humano más arrogante, más engreído, más egoísta, más soberbio, quería ser párroco…. Lo loco y estúpido que puede ser el hombre.

- Y ¿tú crees que te lo van a pedir? – pregunté luego de salir de mi estupefacción.
- ¿Y por qué no me lo van a pedir, si todos lo han hecho ya?
- ¿Quizá por qué el dueño de la parroquia no es tonto?
- ¿Tonto? Si sabe lo que le conviene, me lo pedirá en cualquier momento, y si no, claro que es tonto.

Yo soy un hombre temeroso de Dios, pero muchas veces sentí impulsos y deseos de hacer callar a ese hombre, pero todos esos impulsos iban en contra de lo que él decía en sus Sagradas Escrituras.

Si él formaba parte de la Iglesia, seguro que no iba a ayudar a todos los que lo necesitaban. Estoy seguro que no iba a prestar ayuda los muchos indigentes que había en el pueblo. Seguro que no iba a ayudar a aquella niña que sólo poseía sus zapatitos rojos y que a fin de cuentas se transformaron en su tortura. No iba a auxiliar a aquella familia que vivía de la venta de fósforos. No iba a guiar hacia una reconciliación con Dios a aquel hombre de barba azul que mató a sus mujeres, porque descubrieron su cruel secreto… él no iba a ser un siervo de Dios, iba a ser un siervo de sí mismo.

A veces las personas más cultas son las más tontas, las personas que se dicen inteligentes son las primeras en caer en las redes de gente soberbia, cínica, manipuladora.

Muchos decían que yo era envidioso, y lo era, lo reconozco. Pero también sabía que todo lo que yo decía era cierto. Yo lo conocía, conocía cada cosa que hacía, con cada mujerzuela que salía…

…Y él tenía razón, el cura le pidió que formara parte de la parroquia. Que estudiara para ser párroco y guiara al pueblo que tan mal estaba. Sólo ellos, los sacerdotes, los párrocos, los enviados de Dios, podían darse cuenta del error y el horror que vivíamos en el pueblo, de la miseria de éste.

Claramente el cínico aceptó gustoso, aceptó formar parte de la parroquia. Pero eso no fue todo, el dueño de la parroquia le dijo que para que todo estuviera mejor, era necesario que se casara, que formara una familia con una mujer adecuada para el rol que él iba a desempeñar.

Cuando me contó esto, supe inmediatamente lo que iba a suceder… supe que yo me iba a convertir en asesino.

- ¿Y con quién te piensas casar? – le pregunté temeroso
- Cuando me acepte lo sabrás – dijo con una sonrisa insolente
- ¿Y cuándo se lo pedirás?
- Ya lo hice, sólo tengo que esperar su respuesta afirmativa
- ¿Y cuándo te la va a dar?
- Hoy en la tarde

Ya quedaba poco para su reunión, y yo sospechaba quien era la mujer, y si tenía razón, iba a ponerle término a su existencia.

- Me caso… amigo mío – se dirigido a mí dijo con una sonrisa radiante
- ¿Te casas? – pregunté asustado y perplejo
- Sí, me caso. Me aceptó
- ¿Y quién es la mujer?
- Tú la conoces, de hecho creo que mucho.
- ¿Quién es?
- Se llama… Emma
- ¿Emma?... ¡maldito desgraciado! – grité fuera de mis casillas.

Yo tenía razón. Él la eligió, a ella, a quien yo amaba con todo mi corazón, él lo sabía. Siempre lo tuvo planeado. Él sabía todo lo que iba a suceder. Pero él no sabía lo que yo era capaz de hacer, no lo sabía.

Después de todo, sí existían personas inteligentes en el pueblo.

- Toma, aquí tienes – dijo mi cómplice, entregándome una diminuta botella – sólo una pizca, y dejarás a este pueblo libre de ese ser humano… o de ese esperpento humano - corrigió
- ¿Pero no estaremos atentando contra la voluntad de Dios? Fue el párroco quien le pidió que se dedicara a la labor de la Iglesia – dije temeroso
- ¿Te estás acobardando, ahora?... Asómate por la ventana y dime qué está haciendo la niña de los zapatos rojos.
- Está bailando de aquí para allá, llorando porque no se los puede sacar ni puede acompañar a la anciana que la cuidó ahora que falleció.
- Exacto. ¿qué crees tú que hará él por ella?
- Nada
- Exacto. Mira nuevamente y dime en qué estado se encuentra la hija de la familia que vende fósforos, la fosforerita.
- Está acostada, durmiendo en el suelo, con una sonrisa en su rostro
- ¿Tú crees que ella está durmiendo, viva? ¿Tú crees que esa niña, en el estado físico en el que se encuentra, puede estar durmiendo feliz?
- No… - agregue luego meditarlo por unos segundos - ¿crees que está muerta?
- No lo creo, está muerta. Yo la vi hace unos momentos, antes de tú llegaras.

Mi cómplice tenía razón. La niña estaba muerta. Algo había que hacer, y yo parecía tener la solución en mis manos.

- Entonces sólo una pizca
- Sólo una pizca y será suficiente.

Estaba preocupado, ansioso, nervioso. Él no llegaba, seguramente estaba visitando a su novia, la que debía ser mi novia. Estaba pasando la hora y no llegaba, más angustiado me ponía.

Llegó. Con su sonrisa desafiante. Con el perfume de la mujer que amaba.

Me acorde de la niña de zapatos rojos y las lágrimas que surcaban sus mejillas, de la fosforerita, de los cadáveres de mujeres descuartizados que se encontraron en la habitación del hombre de barba azul, y yo sabía que él nada iba a hacer para solucionar eso.

- Amigo mío… - me dijo – quiero que brindes conmigo por mi felicidad

Yo sabía que él iba a pedirme algo así…

- Está bien
- Mira aquí tengo coñac, no es lo más óptimo, pero es lo único que existe en esa miserable choza

Miserable choza… fue su casa, la casa que lo acogió cuando él no era más que una vil sombra, un humano enfermo, casi un moribundo

- ¿Vas a brindar conmigo sí o no? – preguntó molesto, luego de que no moviera ni un músculo
- Sí lo voy hacer
- Perfecto… sírvete… y sírveme
- ¡¿Qué te sirva?! ¿Es que acaso ahora soy tu sirviente? – acometí iracundo
- ¿Ahora?... siempre lo has sido. ¿Me vas a decir que no te habías dado cuenta? – agregó con una risa despectiva – Todo este pueblucho lo sabe – volvió a agregar.

…Un poco de polvo, eso era todo lo necesario… echárselo en el vaso y ya no estorbaría… ser unos minutos más el maldito sirviente de ese desgraciado y todo estaría perfecto

- Apresúrate ¿quieres? No tengo todo el tiempo del mundo. Me están esperando… – y me guiñó un ojo
- No hay vasos aquí, iré a buscarlos a la cocina
- Está bien. Te esperaré. Toma la botella – y me la alargó desde su cómodo asiento para que yo me acercara a buscarla – trae los vasos servidos desde la cocina… así lo hacen los sirvientes

Estaba enojado, humillado, sulfurado, pero fui a buscarlos. Era esa mi única oportunidad para matarlo. Era tanto mi enojo que no sólo le eche una pizca, sino una cucharadita chica de te… y serví los vasos.

- Aquí tienes – le dije
- Pásamelo – me ordenó

Le acerqué el vaso que no tenía la belladona… yo sabía como él iba a reaccionar.

- Quiero ése – señalando el que yo tenía en mis manos. Se lo pasé, fingiendo temor. Vi su sonrisa más disimulada.
- Por mí… y por ti, querido amigo. Que puedas estar en paz desde ahora, mientras que yo estaré en la gloria – y de un trago se bebió todo el coñac. Mientras yo bebía tranquilamente, mientras disfrutaba de mi triunfo.

Luego de unos minutos empezó a convulsionar, vi sus ojos dilatados, sus músculos como se contraían. Tomé su rostro y me reí en su cara.

- Disfruta de tu muerte, maldito desgraciado

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Y yo estoy ahora en el infierno, a la derecha de Lucifer. Dios me castigó, porque según Él, sólo él debe emplear los castigos. Según yo, hice el trabajo más rápido.

Después de todo, el pueblo no era tan estúpido. Celebraron su muerte. Emma, mi cómplice, se casó conmigo. Me ofrecieron el puesto de clérigo, pero no acepté. Siempre fui temeroso de Dios, pero Él fue injusto al permitir que me matarán mientras defendía a mi mujer de una violación.





Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Buenísimo!!

Erendis
Yana ha dicho que…
Wow, y simplemente wow, muy interesante la historia. Espero que nos leamos pronto, un gran abrazo.

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